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 Decía el estratega electoral Dick Morris, que cuando la Tierra cambia es hora de redibujar los mapas. Pareciera ser que las alternativas de un mundo globalizado planteadas a partir del llamado “Consenso de Washington” (1989), enfrentan un cambio de paradigma, que apuesta por una serie de  tesis opuestas al modelo cultural que se produjo con la caída del muro de Berlín. Desde entonces, la sociedad de naciones ha ido construyendo una cultura popular global de puertas abiertas para los objetos, de dificultades para las personas y conceptualmente construida de forma transversal compartiendo la idea de aldea global al tiempo que  suma las identidades y diferencias. El resultado ha sido el de un mundo interdependiente donde la globalizaciones son muchas y con distintos ritmos. No siempre cercanas al bienestar de los pueblos.

       Las maneras de entender la globalización son tantas como el vértigo de una sociedad planetaria que está en proceso de imaginar el mundo que viene. Frente al quehacer de los organismos internacionales tradicionales; los modelos regionales para el desarrollo; los grupos de países por capacidad económica o las organizaciones de países a partir de la producción específica, también existe una tendencia que busca afianzar redes de confianza para el progreso a partir del territorio de los idiomas y la capacidad de influencia de la cultura. Se trata de un espacio común que, por sus características, representa un potencial ilimitado a la hora de construir comunidades que tengan la posibilidad de trascender las sociedades industrializadas y de servicios, para convertirlas en verdaderas sociedades de la información y del conocimiento, esa nueva generación de modelos para el desarrollo a los que México y España están obligados si en verdad quieren ser protagonistas del siglo XXI.

         El idioma y la cultura representan territorios de interacción que tienden a compartir valores, cargas simbólicas y modos de vida que construyen en sí identidades de conciencia, borrando todo tipo de fronteras, ya sean físicas o de identidad. El poder de México y España radica en eso y en su cultura milenaria. Sin embargo, frente a las alternativas que plantean cerrar las fronteras y negar las realidades idiomáticas y culturales, se vuelve imprescindible hacer un alto en el camino y debatir con tranquilidad cómo trazar los mapas del futuro a partir de nuestras principales fortalezas.

       El encuentro El Poder cultural y sus potencias se propone reflexionar sobre las preguntas que hay en el aire: ¿Vamos de regreso a un mundo de fronteras? ¿Se convertirá el proteccionismo en una tendencia mundial? ¿Es el idioma un muro o un puente? ¿Cuál es el poder transformador de la cultura? ¿Pueden influir el pensamiento y la filosofía en tiempos del pensamiento rápido y las llamadas “fake News”? ¿Cuáles son las oportunidades de potencias culturales? ¿Hacia dónde va Iberomérica? ¿Tiene la cultura un verdadero poder?

Organizan 

Colaboran 

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